“Su apodo era una de esas palabras que se oyen en cualquier parte como un sonido simple, como una modulación insignificante, pero que sin embargo se distinguen de las demás y sellan una identidad para siempre” (Zárraga, R.; p.11)
Inés Raquel Zárraga L. |
Era un domingo de abril cuando Guayurebo, comunidad del estado Yaracuy, estaba conmocionada por la llegada de un ánima, se trataba del ánima de Juantopocho. Para ese entonces abundaban aún sus devotos por toda esa geografía. Su poder, había enfrentado toda clase de “enfermedades postizas” ya sean duendes, trancaderas y maldeojos que, el autor, en el glosario del libro Contares, los define como “Enfermedad que según decían se les transmitía a los niños pequeños por medio de la mirada, y que era curada con ensalmes (Zárraga, R.; p.270).
Tales eran los éxitos obtenidos por Juantopocho, en cuanto a toda suerte de apuestas, nacimientos, reconciliaciones y juegos de bola, que hacía de éste un protector de pueblo, al extremo que sus idólatras ofrendaban con velas y aguardiente por los favores recibidos. Además, la convicción de ellos era profunda ante la magnanimidad de este peculiar espíritu lleno de bondad. En tal sentido, una muestra en boca de uno de los personajes del cuento “Juantopocho”, recogido por Rafael Zárraga en la obra Tan alto como el campanario (Monte Ávila Editores, 1977) confirmaría el alcance de los beneficios:
“…Cuatro de las de comunión le prendí en la pata de un taparo, y le regué por los laos media botella de penca barquisimetana, pues asigún dicen, si no se lo riegan así no hace el milagro, ni que le rieguen un barril. ¿Pues , y pa’ que le cuento?: ¿allá está el condenao, más mansito que cuando se jue!...”. (Zárraga, Rafael, 1977; p.12).
Juantopocho, como personaje, en su papel de ánima heroica, representa a la gente del pueblo, al pueblo mismo y la realidad circundante de cualquiera comunidad venezolana. Con un lenguaje propio de las zonas rurales, los personajes expresan la autenticidad, inocencia, picardía, jocosidad de nuestro gentilicio, que no es más que un eco de las características propias del autor, pues, a nuestro modo de ver, Juantopocho “resume a Zárraga”, a una época y a nuestra venezolanidad.
La analogía entre los estratos de poder terreno y celestial, nos presenta la percepción que tienen los máximos representantes del Edén de un Juantopocho osado y temerario que se extralimita al ocupar sus dominios. Esta visión explica el porqué Juantopocho no habita en el cielo y se encuentra confinado en una “nube inflotante”, a decir del autor.
Este relegado, cuyo único pecado es pertenecer a la clase humilde es víctima, como la mayoría, de una confabulación para no dejarlo ascender por pendientes exclusivas de los poderosos.
Nuevamente, (¡hasta en las altas esferas del cielo!) las ansias de dominio inducen a los favorecidos a cometer las más de las atroces acciones en nombre de la verdad, la justicia y la preservación de los derechos (los suyos). Por otra parte, la fe del pueblo y su afán por conseguir un guía, un dirigente que los lleve por caminos de libertad, y que responda a sus requerimientos, constituye una constante en este cuento que, seguramente, es también una proyección del anhelo del propio Zárraga de ver liberada a una Venezuela apabullada por dictadores y esbirros de la época. Igualmente, nos presenta la imagen de una rebelión, por parte de los pobladores de Guayurebo, contra el doble discurso que mantiene la iglesia desde épocas remotas, predicando amor y compasión por los pobres; pero que en contraposición olvida, arremetiendo contra ellos, cuando ve amenazado su dominio y poder. De manera semejante, aunque parezca una incongruencia, también puede hacerse acomodaticia y tolerar las cosas más insólitas cuando es menester. Como ocurre en Juantopocho, cuando termina por aceptar y ensalzar a esa infausta alma. Lo dicho anteriormente lo podemos ilustrar en este fragmento:
“…Estas acciones habían encendido de resquemor el pecho clerical, que atizado día a día por el desdén de las gentes ya rayaba en un paroxismo peligroso. Se promovieron conciliábulos de eruditos teólogos. Se consultó al cónclave. Se pidió audiencia papal y finalmente se llegó a la conclusión de que en todo caso sería más beneficioso canonizarlo que tratar de borrarlo a juro del panorama religioso…” (Zárraga, Rafael, 1977; p.15)
Finalmente, en Juantopocho se resume el corazón de los pueblos. Un corazón noble que sin excesivas ambiciones, aspira la benevolencia de lo divino como único asidero para los embates de su existencia. A cambio, como don o recompensa, se desborda en solidaridad, respeto y compromiso, valores que a fin de cuentas representan la sinopsis de su alma.
REFERENCIAS:
Zárraga, Rafael. (1977). “Juantopocho”. En: Casi tan alto como el campanario (Caracas: Monte Ávila Editores).
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