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sábado, 30 de julio de 2011

Aproximación a Rafael Zárraga (Por Nicolás Capdevielle P.)

Rafael Zárraga
Era lunes 24 de junio de 1929. Para la época Agua Blanca era un minúsculo lugar rural de sólo tres casas, enclavado al este de Boraure. Allí se asomó al mundo a las tres de la tarde, bajo el signo zodiacal de Cáncer, un niño que sería luego bautizado con el nombre Rafael, siendo hijo de Eudoro Zárraga y Ramona Parra. Su advenimiento se produjo en un año conflictivo, cuando Venezuela recibía los coletazos de la recesión mundial, originando la brusca caída de las exportaciones de café y cacao que llegaría a su clímax en el segundo semestre de 1930. 
En esa pequeña aldea, donde la principal actividad productiva era el minifundio, y era el conuco el que regía la economía doméstica, los impactos de la crisis eran menos ostensibles. Pero Yaracuy era un hervidero de rumores y de sucesos trascendentes: hacía un mes y doce días que se había suicidado don Severiano Jiménez, después de recibir la orden de ir a combatir al General José Rafael Gabaldón, alzado en armas en su hacienda Monte Cristo, y ahora sitiado en las montañas de Córdoba, en Portuguesa. Al día siguiente, trece de Mayo, se había encargado de la Presidencia del Estado el General Félix Galavis. El País estaba convulsionado por el estallido de varios movimientos tendientes al derrocamiento de Juan Vicente Gómez: el General Román Delgado Chalbaud invadía por Oriente, en la llamada expedición de Falke, Rafael Simón Urbina, después de hacer prisionero al Gobernador de Curazao, penetraba por las Costas de Falcón, al frente de 150 hombres, entre los cuales se encontraban Gustavo Machado, José Tomás Jiménez Arraiz y Miguel Otero Silva (por coincidencia, este último sería con el tiempo alentador y mecenas de aquel niño, que dejaba oír su llanto muy lejos de aquellos escenarios bélicos). Se producía también durante este año la sexta invasión del General Emilio Arévalo Cedeño, así como el levantamiento del General Norberto Borges. En el exterior, los grupos en exilio integran los movimientos Partido Revolucionario Venezolano (PRV), la Unión Obrera Venezolana y la Unión Cívica Venezolana. Pero no sólo la política estaba convulsionada en Venezuela al nacer Rafael, sino que la naturaleza también daba su contribución en este movido año y Cumaná es casi destruida por un intenso terremoto. La iglesia católica participa también en conflictivas situaciones que imperan en Venezuela: el Obispo de Valencia, Monseñor Salvador Montes de Oca fue expulsado del país por decreto presidencial, a causa de sus severos comentarios sobre el matrimonio civil al que califica de “vergonzoso concubinato si no va acompañado del matrimonio eclesiástico. El Director que era connotado macho cabrío, y en quien el concubinato parecía ser el estado del hombre, no recibió con agrado estos comentarios del prelado.
En cuanto a expresiones literarias, todavía se comentaba la obra Barrabás y otros relatos del joven de 23 años Arturo Uslar Pietri, y que fue publicada en 1928. En 1929 el escritor Rómulo Gallegos de 45 años de edad daba a conocer su celebrada obra Doña Bárbara, que sería editada en España en 1930. En esa década predominaba la corriente de la Vanguardia, contagiada por el cubismo francés, el ultraísmo español y los primeros balbuceos del surrealismo, 5 cuyo manifiesto firmado por Andrés Bretón apareció en Francia en 1924. Mientras tanto, en Agua Blanca la vida seguía su bucólico transcurrir, sin grandes sobresaltos, casi ajena a estos acontecimientos del macrocosmo. Los abuelos de Rafaelito, don José Exegésimo Parra y doña Inés de Parra, se habían encargado, junto con doña Ramona de la crianza del pequeño, abandonado por Eudoro en gesto de paternidad irresponsable. El abuelo se dedicaba a sus labores agrícolas, las cuales interrumpía esporádicamente por sus actuaciones como ejecutante del bandolín en conjuntos musicales que amenizaban velorios de niños o bailes en Guama, Boraure y Cocorote. Agua Blanca consumía agua de una laguna que no era tan blanca como su nombre, y esto originó que el niño enfermara de gravedad. Víctima de la “periquera”, como llamaban a las gastroenteritis, por el color verdoso de las deposiciones, tuvieron que conducirlo a Cocorote para que fuese evaluado por Don Antonio Julián Ledesma. Era este un interesante personaje, especie de “faculto” de polifacéticos oficios: era curandero, actuaba como dentista, farmacéutico y tendero. Don Antonio volvió a la vida al pequeño y, como consejo preventivo, recomendó a la madre y a los abuelos que abandonaran el lugar malsano donde vivían. Así comenzó el éxodo de la familia. Atrás quedaba la arboleda de los vecinos Sabás y Antonio Rangel, parajes donde Rafaelito como se le comenzaba a llamar, dio sus primeros pasos. Con sus pocos enseres la familia se mudó a Jaime, lugar donde José Exagésimo Arturo continuó con sus labores agrícolas. Sólo un año permanecieron en este lugar y, continuando su peregrinaje, se trasladaron a un nuevo destino, a un nuevo ambiente y entorno, que esperaban fuera definitivo. Una humilde vivienda de paja en la calle Zamora, barrio Campo Alegre de Cocorote fue el sitio de residencia de la familia. En este lugar, sólo los abuelos y la madre sabían leer y escribir y, además de impartir blas primeras enseñanzas a Rafael, Don José Exagésimo se transformó en el amanuense de sus vecinos. Les redactaba misivas amorosas, cartas a los hijos que prestaban servicio militar en los más diversos lugares del país, consejos y remedios caseros para los integrantes de la comunidad.
Mientras tanto Rafaelito se dedicaba a los más variados oficios para contribuir al sustento del hogar; vendía granjerías, golosinas, chucherías y maní tostado. Además fabricaba multicolores papagayos o cometas, los cuales contemplaba por corto tiempo, ya que debía venderlos o cambiarlos por huevos, pollos o algún otro comestible, entre sus amiguitos. Era poco el tiempo de que disponía para verlos volar, como si quisiera encontrarse con las nubes. Pocas escuelas de educación primaria existían en Cocorote, por lo cual a los 8 años ingresó a una escuelita para hembras. Pronto fue expulsado, junto con otros 4 compañeritos que también habían sido admitidos por mala conducta y chanzas pesadas contra los condiscípulos. A los 9 años ingresó a la escuela “Tovar y Tovar”, instituto que gozaba de gran prestigio a los dos turnos de clases, debido a sus ocupaciones para ayudar a los suyos. Fue así Zarraga como en un intercambio de examinados entre la escuela de Cocorote y la “Padre Delgado” de San Felipe, resultó aplazado en cuarto grado. Una tía suya convenció al abuelo para que le entregara el niño con el fin de llevarlo a Caracas, para que concluyera allí la educación primaria.

Zárraga en Caracas

El 6 de marzo de 1944, próximo a cumplir sus 15 años, parte Rafaelito con su tía en busca de nuevos horizontes. Sus ojos se maravillan ante el paisaje que se abre en la lejanía. Desde el cerro del Manicomio, Caracas le parece en las noches un gigantesco pesebre de navidad y los callejones y escalones, las vías abiertas para ir a la conquista de la gran ciudad. Pero muy pronto la decepción y la desesperación se apoderaron del jovencito. La tía, en lugar de inscribirlo en la escuela lo convierte en mandatario propio y de vecinos, sometiéndole también a trabajos rudos. En estas circunstancias buscó la oportunidad para escribirle a su abuelo y referirle su drama. Don José hizo los contactos necesarios para que Rafael se mudara a la casa de otra tía, situada en el Prado de María.
En este nuevo hogar encontró la paz, el sosiego y un estimulante calor humano. 


Zárraga desempeñó diversos oficios para su sustento y para contribuir económicamente con este nuevo hogar que tan bondadosamente lo acogió. Fue trabajador en una tintorería, obrero en una fábrica de maicena y ayudante de carpintería hasta que ingresó como mensajero en la agencia de noticias Ofipren.


Miguel Otero Silva
En cumplimiento de su trabajo, al llevar una comunicación al diario El Nacional, se enteró que allí había un puesto vacante. Acudió a entrevistarse con el Dr. González Cabrera para optar al empleo. Este se sorprendió placenteramente al conocer los nexos familiares que unían a Zárraga con Alberto Ravell, persona de su alta estima (en efecto, Francisco Ravell era su abuelo paterno y Don Federico Ravell, padre de Alberto, era su tío abuelo). Este hecho lo catapultó directo al cargo y a otros destinos dentro del periódico. El ingreso de Rafael a El Nacional ocurrió el 29 de Noviembre de 1949 y ello marcó un hito muy importante en su futuro, ya que significaba iniciarse en una nueva escuela vital, en una disciplina y un cúmulo de experiencias, que labraron huellas indelebles en su personalidad. Desde su trabajo se convirtió en un lector cotidiano y fervoroso, no sólo de los diarios y revistas de Caracas sino también de libros que llegaban a él en entregas por cupones. Este era un sistema que había implementado Otero Silva, por medio de convenios con algunas editoriales españolas y argentinas, sobre todo la Lozada para adquirir obras a precios económicos, y distribuirlos entre los trabajadores del diario y al público a fin de aumentar su nivel cultural. 


Nuestro futuro escritor fue formando su biblioteca, donde predominaban obras literarias y de cultura general. En esta época se inscribió en la escuela nocturna Franklin Delano Rooselvelt, para terminar el sexto grado. En El Nacional hizo pasantías por diferentes departamentos y, como empleado de confianza, tuvo la responsabilidad de retirar y hacer depósitos bancarios y de enviar gruesas sumas de dinero al exterior, como contribución de Otero Silva para los exiliados en algunos países latinoamericanos. 


Zárraga fue después encargado de cancelar los artículos a los colaboradores de la página cultural y del Suplemento Literario, y por allí desfilaban los grandes patriarcas de las letras y aquellos que se iniciaban. Rafael nos decía que casi todos eran de elevada estatura hasta la descomunal figura de Alejo Carpentier que se anunciaba con su torrente voz. Recordaba las pobladas cejas de Mario Briceño Iragorry, la adustez de Mariano Picón Salas y la figura patriarcal de Fernando Paz Castillo. No imaginaba nunca que por aquellos pasillos transitaban algunos de esos gigantes de las letras que serían severos jueces de sus trabajos literarios.


A veces se animaba a enviar sus humildes trabajos y algunos poemas de sus inicios, pero todos eran sistemáticamente rechazados. En 1953, durante unas vacaciones hizo unas fotos y escribió algunos comentarios acerca de Cocorote. Esto le abrió las puertas de El Nacional como colaborador. En lo sucesivo sus trabajos fueron tomados en cuenta por el director Humberto Rivas Mijares y el Jefe de Redacción, que era José Moradell, quienes lo estimularon para que continuara escribiendo.

De nuevo en Yaracuy

Cocorote
En 1956 Rafael Zárraga regresa a su Yaracuy natal e intenta integrarse a los movimientos culturales y periodísticos regionales. Funda el semanario El Cocoroteño de efímera duración en esta primera época, ya que solo llego a publicar tres números, asediados por la represión perejimenista. En 1957 sufre el impacto de la muerte de su abuelo y esto lo sume en profunda tristeza, ya que a este infortunio se suma una tremenda crisis económica en su núcleo familiar y la persecución y acoso de los cuerpos represivos. En 1958, al ser derrocada la dictadura, su situación económica y anímica mejora. Reaparece El Cocoroteño y me toca iniciarme como colaborar de este semanario.
Desde entonces entablé una entrañable amistad más bien hermandad, con Zárraga. Me toca ilustrarle su libro de relatos La Risa quedó atrás, editado en 1959, y que fue su iniciación como escritor.


También este año marca la consagración de Rafael en la narrativa nacional, al obtener el Primer Premio en el XIV certamen de Cuentos del diario El Nacional. Un jurado integrado por Fernando Paz Castillo, José Ramón Medina y Gustavo Solís, dictaminó que su trabajo “Nubarrón” fue el mejor presentado a su consideración en 1959.


Entre 1961 y 1962 realiza un curso intensivo de periodismo en la Universidad de Carabobo en colaboración con la Universidad Central de Venezuela, teniendo como docentes a Humberto Cuenca, Héctor Mújica, Manuel Isidro Molina y José Ramón Medina.


Continuando con su afán de superación, entre 1963 y 1965 cursó el tercero y cuarto año de bachillerato, por libre escolaridad. Zárraga se quejaba enardecido del hecho de ser sometido a pruebas de evaluación al lado de imberbes jovencitos, como para demostrarle que loro viejo no puede hablar, según reza el dicho popular. A pesar de este hecho, que Zárraga sentía como una humillación, pudo salir a flote con sus estudios, contando con la valiosa colaboración de Toño Ledesma, quien le ayudó a solventar el llamado “nudo gordiano”, constituido por las asignaturas de matemáticas, química y física.

Otra vez Rafael Zárraga

El novel escritor yaracuyano empieza a escribir con más constancia y disciplina, estudia a los grandes maestros de la narrativa mundial, en especial del cuento y afina el enfoque de sus personajes, insertándolos en un lenguaje muy bien trabajado. Así surgió de su pluma el cuento “La brasa duerme bajo la ceniza”, ganador del XXI Concurso Anual de Cuentos de El Nacional en 1966. Esta vez el jurado estuvo compuesto por Pedro Sotillo, Humberto Rivas Mijares y Guillermo Meneses. Sin embargo, Zárraga vencía pero parece que no convencía, sobre todo a algunos grupos e individualidades, paisanos nuestros, que no le perdonaban sus simpatías con las corrientes progresistas y patrióticas de la época y sobre todo, su probada humildad. En las ocasiones en que lo veíamos deprimido e invadido por el escepticismo, siempre pensamos decirle que dejara que Nubarrón siguiera ladrando y que la brasa quemara a sus detractores o repetirle a AL-Mutanabbi: “No te quejes a nadie, porque has de producirle alegría/
es como si un herido en la lid se quejase/ a los cuervos y a los
buitres/”.
Parece que por la mente de José Ramón Medina pasó en ráfagas este pensamiento, cuando expresa. “Ha habido algunas sorpresas gratas en los resultados de esta competencia anual, como cuando el ganador fue un nombre desconocido, Rafael Zárraga en 1959, con su cuento “Nubarrón”. Todos pensaron que se trataba de un hecho fortuito. Pero Zárraga autodidáctico- obrero durante algunos años en los talleres de “El Nacional” y luego retornando a San Felipe continuó trabajando y afirmando su estilo, y en 1966 sorprendió nuevamente al obtener el Primer Premio de ese año con su cuento “La brasa duerme bajo la ceniza”. Para la época se le criticaba también por el hecho de no ser un escritor comprometido, según algunos detractores. Pero es que la escritura de Zárraga, como poeta, como narrador, y como dramaturgo, está comprometida con la vida, con los desposeídos, con su cuna. Pero ese compromiso político de que tanto se habló en la década del 60, propugnado por Sartre, no existió ayer ni existe hoy, porque Rafael nunca ha sido panfletario. Prueba de lo que afirmamos es un bello párrafo de “Las Veinte Noches Recientes”, uno de sus cuentos más hermosos y mejor estructurado: “Pero al mismo tiempo pensará en los hijos, y al hacerlo, nuevamente se sentirá sin voz, sin derechos, sin libertad, sin oídos que acepten la denuncia de la descomposición social hecha lepra en el alma de los que nada tienen”. Decirlo, escribirlo o recitarlo es denunciarlo, aunque no haya compromiso con el panfleto solicitado por los reclamos políticos y así dice: “¿Cómo haremos para la leche de mañana?”. Cerrará los ojos con violencia, y tal vez con rabia o acaso con dolor, responderá entre dientes: “¡Ya veremos!”… o simplemente “¡no me preguntes!”. “¿Cuántos millones de venezolanos se hacen en la actualidad esta pregunta?”. El poeta Julián del Casal había descubierto que el dolor podría engendrar belleza y al comprenderlo halló también una vertiente de la poesía: “ansias de aniquilarme sólo siento/ o de vivir en mi eternal pobreza/ con mi fiel compañero el descontento/ y mi pálida novia la tristeza/”.
Luego Zárraga, sí es un comprometido con la vida y con la palabra, y aunque no lo quiera, su escritura llevará siempre mensajes implícitos, palabras o ideas para todos, ya que el otro compromiso de los escritores es con el lector.

Viaje al exterior

Perugia - Italia
Los clamorosos triunfos de Rafael Zárraga, que lo hicieron ingresar al privilegiado grupo de quienes habían sido galardonados por más de una vez en el prestigioso concurso de cuentos, punto de partida de nuevos escritores, y por el que a su vez habían transitado obras de otros ya consagrados, motivó una trascendental decisión de El Nacional, dinamizada por Miguel Otero Silva, para que continuara estudios de literatura y arte en Europa, mediante una beca. Se escogió la Universidad de Peruggia, en Italia, donde estudió lengua italiana, arte, literatura e historia en tres niveles: Elemental, medio y superior. Recibe su diploma en esta Universidad y pasa a la de Ginebra en Suiza. Una de las cosas que cuenta Zárraga con justo orgullo, fue su encuentro en Italia con Miguel Otero Silva, quien venía de Moscú con el escritor español Rafael Alberti, para pasar unos días en su Castillo de Arezzo. Pablo Neruda, que completaba el grupo, se había quedado en Suiza por motivos de salud. Zárraga recibió de Otero una cantidad de dólares para que siguiera viajando. Así que conoció a Austria, Alemania, Turquía, El Líbano, Irán, Irak, Jordania y Grecia. Conocer a Bagdad fue para él una experiencia maravillosa, al sentirse transitando los escenarios de Las Mil y Una Noche. Igual impresión sintió al divisar los ríos Tigris y Eufrates, en donde se encontraba la antigua Mesopotamia, cuna de las civilizaciones Babilónicas y Asiria. En cambio, sintió una crisis espiritual al conocer la miseria en que se debatían los habitantes de las márgenes de los ríos bíblicos. Regreso Al Terruño Con las pupilas plenas de paisajes y saturado de nuevas experiencias, Rafael regresó al país en 1969 y, después de un corto período de actividades creativas, interrumpidas por la inevitable bohemia, comenzó a trabajar incansablemente en el diario Por Qué, recién fundado por el amigo Dr.Pablo Emilio Mendoza Olivares. Era un trabajo absorbente que no le dejaba tiempo libre para desarrollar otras actividades. De 1970 a 1971 fue Jefe de Redacción aparte de ser articulista de opinión cuando le faltaba algún colaborador o columnista. Al ser cerrado el periódico, tuvo tiempo de escribir un libro de poesía en 1971 y continuar sus estudios para obtener su tan ansiado título de Bachiller en Humanidades. Rafael decía jocosamente que poca falta le hacía ya, porque era uno de los pocos estudiantes que había estado en una Universidad Europea sin ser Bachiller. En 1974 su inquietud lo llevó a fundar el periódico humorístico El Chuzo. En esta empresa lo acompañé como caricaturista y columnista de un espacio llamado “Chuzazos de un Loco”. El periódico tuvo muy buena acogida entre un público que semana a semana agotaba las ediciones, y era considerado como uno de los mejores periódicos de ese género que haya circulado en Yaracuy. Este vocero le causó grandes satisfacciones espirituales y materiales a Zárraga.



Rafael Zárraga y el teatro

En realidad, la experiencia de Zárraga en el ambiente teatral no es tan reciente como se piensa. Él dio sus primeros pasos en esta actividad entre 1950 y 1954, durante su estadía en Caracas. Allí producía los sketch o recitaba poemas en las representaciones de un grupo teatral. Pero un buen día se enamoró apasionadamente y dejó al grupo sin la primera actriz. En Yaracuy se integró a esta actividad desde 1964. 
Aquél Faustino Parra
En estos balbuceos de dramaturgo escribió La Piedra Grande, su primera obra de este género literario. Luego se dará a conocer con Al Fondo del Espejo, Cuatro Ventanas hacia el Miedo, La Fiesta de los Inocentes, Elisa Morirá esta Noche. El Anillo de Fanny, Faustino Parra, El Hombre y el Perro, Urachi Lugar de Luz, La Ventaja de Llamarse Juan y otras que escapan a nuestra memoria. Una Obra Densa Y Extensa Zárraga es un escritor muy prolífico, sobre todo ahora cuando trabaja en la literatura casi a dedicación exclusiva y en forma disciplinada. Su famosa Pagoda, constituye el silencioso escenario, desde donde irradia su creatividad. Trataremos de enumerar sus principales obras, siempre con el riesgo de incurrir en injustas omisiones. 
Ya anotamos que se inició con los relatos La Risa Quedó Atrás (1959), Nubarrón y otros Cuentos (1968), Cuarenta Nocturnos y una Sinfonía. Poemas (1967), Casi tan Alto como el Campanario. Cuentos (1977), La Última Oportunidad de Magallanes, Novela (1978), Las Rondas del Obispo, Novela (1982). Además Zárraga tiene muy buenos trabajos dispersos en periódicos y revistas. Ahora recordamos el excelente cuento “Esa mañana un gato”, publicado en el Diario de Caracas en 1991. Igualmente “La brasa duerme bajo la ceniza” fue traducido al Yugoslavo. Su cuento “Juan Topocho” fue llevado al cine y “La Última Oportunidad de Magallanes” la vimos en la pantalla chica. Para Rafael Zárraga ya existen caminos abiertos. A sus 66 años es un escritor de plena madurez, aunque persiste en constantes búsquedas. Ahora confiesa que dejará el cuento y como lo expresa Tahara Ben Jeloum: “Escribir contra el tiempo, contra la muerte o simplemente porque se pertenece a una tierra devastada, saqueada por la brutalidad de la historia y la demencia de los hombres, y se debe ser al menos un testimonio, un portador de la palabra y el pensamiento, un traductor de gritos y silencios”. También desea trabajar en los “Esperpentos”, y dedicarle un poco de su tiempo a estas manifestaciones que emergen desde la profundidad a lo grotesco.
(Revista Hogueraverbal, Año1, Número 1. Julio-2009)

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